miércoles, 11 de octubre de 2006

La bicicleta de la noche

En la bicicleta de las noches me paseo sin siquiera la vista voltear. Es más, sin siquiera ver. De cuando en cuando las calaveras parecieran calaveras mas nunca, nunca y desafortunadamente, mutan en carabelas. Sería genial ver eso, un Colón al que la inhalación del viaje le provocara la difuminación de todo sentido espacial. Y que yo, aquí en América, viera solamente un cometa de vómito medieval con reminisencia de renacimiento aparecer de la nada y no caer en los blancos. Distinguir las Indias de las Indias le resultaría una tarea tan sencilla como librarse de la venganza del caballito, que resultó ser uno más de los necesarios, en donde la antigravedad no responde, ni respondería, ni responderá a la gravedad, ni siquiera a la de la situación. Tampoco podría saber de las indias. Mucho menos de los indios que quizá para este entonces ya estarían en el Sahara.

En la bicicleta de la noche me gusta pasear. Tener soles por pedales y un espejo de queso por retrovisor.

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