Anocheció y le perdí. Sabía que en algún lugar la había puesto mas por más que la buscaba no podía encontrarla. Alguien dijo: “las cosas están en el último lugar que las buscas”. Y yo pensando “!Ah, claro, desde luego…eso es…genial!…pendejo…” alcé las cejas y sonreí como a quien se le acaba de romper un martillo de a dólar. El clavo, sin duda, era más fuerte. Me pregunto ¿cuánto habrá costado el clavo? Me pregunto si los venderán en paquetes de tres o individuales. Dudo mucho que los vendan en paquetes de 2 porque, entonces, ¿qué hicieron con el otro?
¿De qué chingados hablas?
¿Qué? ¡Ah, sí! Perdón. Decía que le había perdido. Recuerdo que en el árbol que está a cinco pasos dirección al único destello nocturno (provocado por el abrir y cerrar de la puerta del bar que está cerca del bosque) del árbol al cual no le llega la luz del sol grabé un mapa detallado de como llegar a donde le había dejado. Ayer, fui a buscar el árbol pero tampoco lo encontré. Al parecer la sudestada lo arrancó de raíz. Quizá, solamente, me equivoque de mar. ¿Pero que no el mar es uno sólo?
Traté de buscarlo así sin más ni más pero me sentí como si estuviera en un barco en 1492. Desafortunadamente, no corrí con la misma suerte. No encontré nada. Y cuando digo esto me refiero a que si hubiera encontrado algo no hubiera podido decirlo. Triste, por no haberle hallado, regresé a la ciudad de los momentos congelados y recordé, he invité a mis vecinos a recordar, que no siempre la noche fue así, tan oscura. Recordamos que un día (o una noche) la noche tuvo una luna (como lo dicen los libros de historia) y recordé que alguna vez el cielo tuvo una estrella que egoístamente descolgué y escondí; y que ahora que la sudestada ha venido (aunque repito que quizá sólo me equivoque de mar) quizá nunca la vuelva a encontrar.
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