domingo, 1 de agosto de 2010

Al ruedo



I.
En ocasiones,
la razón de mis acciones
escapa mi entendimiento,
al final sólo quedan nuevas decisiones.

I.V.
Escribo y leo
y le escribo y le leo
y me escribo y me leo
y veo y veo y veo;
solamente veo.

II.
Le dijiste (me dije),
que el caer tan fácil es error fatal;
que el caer difícil es tarea vanal.
Le dijiste que ni de burlas
ni de veras
el aroma de tierra mojada
debería superar la malgastada
memoria de experiencias pasadas
de dolor que, aunque abnegadas,
le duelen, es cierto,
en el alma, en un rincón.

Mas ¿cómo iba/podrá él a/ saber
lo que iba/va a acontecer.
Si no aceptaron su corazón
como pago en la clase de tarot?

La clase de tauromaquia,
aquella del ruedo y del dolor,
aceptó su corazón como cuota inicial.
¿El resto?
a pagar con trozos de alma: cuota fija mensual.
Mas ni pidiendo alma prestada
le alcanzaba pa' un capote
ni tampoco pa' una espada;
mucho menos pa' un traje de actor.

Y así, al ruedo se echó:
desnudo, desalmado, descorazonado.
Y, nuevamente, el toro lo embistió.