Me miro el ojo rojo; imagino que tengo una infección. Y apresuro los tragos de cerveza al saber que ésta es la última línea de coca. La preparo larga y delgada, mas la tarjeta me traiciona y la hace corta y abultada. Enrollo el omnipresente billete de (cierta cantidad de dólares) que nunca puede, ni podría faltar, y me inclino. Intento adivinar el sabor que tendrá en mi nariz pero luego recuerdo que la nariz no sabe de sabores. Trato de recordar el sabor de la coca bajando por mi garganta pero mi garganta no sabe de mis pensamientos; eso sólo pasa cuando sucede y suele suceder (sólo) cuando pasa. Anticipo el cigarrillo que fumaré para hacer que me resbale el sabor de la coca, y, me doy cuenta, de que ahora es el cuando lo asiré entre mis labios.
Voy a dormir y me siento tranquilo.
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